un día cualquiera

un mensajero del otro lado de la ría me ha citado en un punto de la ciudad para hacerme llegar un sobre. a las 15.30 me he acercado al lugar convenido, he caminado por el pantalán de madera escuchando el taconeo de mis zapatos verde esmeralda. mientras escrutaba la ría en busca del barco que traería mi encargo, he imaginado los adioses que llenaron esta bahía en otros años de emigrantes. el viento me ha susurrado al oído el llanto de las despedidas, de las promesas de amor eterno, de las esperanzas de otros futuros más allá del hambre y los sabañones, de las maletas humildes de camiseta, pantalón de loneta y chaleco…

al fin lo he divisado allá a lo lejos, sereno, acercándose a mi puerto. me he imaginado a mi misma como la heroína de una película de espías recibiendo un mensaje cifrado, o en una película romántica, citándome a escondidas con un amor imposible…

el frío aire de febrero me ha levantado la falda de volantes con caricia juguetona y he saltado al barco, ansiosa por encontrarlo. en el mostrador me estaba esperando, solitario, casi disculpándose por mostrarse abandonado, envuelto en una bolsa negra, sin más datos. nerviosa lo he cogido y he saltado de nuevo a tierra. he repisado mis taconeos traviesos y me he metido en el coche sonriendo, deseando devorar este nuevo encargo. lo he abierto y allí estaba “cuentos de eva luna” para leerlos y releerlos de nuevo, por arriba y por abajo, del derecho y del revés, de la cabeza a los pies…

tengo cuatro días para devolverlo a su dueño transformado en voz de cuento…

vamos a ello!

Raquel Galavís

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